Llamaremos constructología al estudio de los constructos. La palabra “constructología” no tiene nada de extraño. Es la denominación de nuestro objeto de interés y no es diferente de la denominación de otros objetos de interés. “Logía” procede del griego, significa el estudio de algo, que se especifica en la primera parte del nombre de tal o cual ciencia.
Zoología: el tema de estudio son los animales.
Antropología: el objeto de estudio es el hombre (anthropos).
Conflictología: el objeto de estudio es el conflicto.
Constructología: el objeto de estudio es el constructo.
Pero qué es un constructo. Por supuesto, no se trata de un artilugio mecánico, sino de otra cosa. ¿Pero qué es? Respondo esta pregunta a continuación.
La historia de los pueblos y de la humanidad se produce en un hervidero de interacciones interpersonales, intergrupales e interestatales: diálogos, conflictos, alianzas, separaciones, etc. Independientemente de quién haga realmente la historia -las clases, como creía Marx, las comunidades densas inspiradas por ideas religiosas, como creía Weber, los grupos especialmente sensibles, como creía Toynbee, un espíritu superior, como creía Hegel, o alguien más-, un proceso histórico normal contiene y está constituido por un enorme número de factores y elementos. Y en esto se parece a los procesos termodinámicos generados por colisiones aleatorias de una gran cantidad de moléculas. Al igual que un proceso termodinámico, la historia normal requiere un enfoque estadístico y permite determinar solo algunas características como promedio. Estas características promedio no pueden extraerse de un sistema colosal de ecuaciones, cuyas incógnitas son todos los elementos, términos y factores.
El caldero de la historia está burbujeando, algo está hirviendo en él. Y es imposible deducir ese “algo” a partir de los destinos y las biografías individuales. Hay demasiados destinos y biografías con conexiones muy complejas. El entorno en el que todo esto está inmerso es demasiado complejo.
A veces, la historia de la humanidad simplemente borbotea en cierto tipo de caldera calentada por un fuego misterioso. Y entonces hablamos de periodos sostenidos del proceso histórico.
Pero a veces el fuego estalla de repente con una fuerza tremenda y en el caldero se producen procesos que recuerdan a las transiciones de fase. Y es entonces cuando hablamos de revoluciones.
Pero tanto las fases estables (llámense desarrollo histórico normal) como las revoluciones (llámense transiciones históricas de fase) son reacciones resultantes de la interacción de un increíble número de factores y elementos. Entre estos factores, elementos y el resultado histórico sólo se pueden construir correlaciones relativas basadas en la estadística, la ley de los grandes números, dando prioridad a los destinos de los grupos macrosociales frente a los destinos individuales ordinarios.
Además del proceso histórico normal (laminar) y del revolucionario (turbulento), existen estallidos o impulsos históricos especiales, también llamados proyectos históricos. Los grandes maestros religiosos, los profetas, los visitantes del mundo trascendental (Zoroastro, Moisés, Cristo, Buda, Mahoma y otros) concentran una enorme energía histórica en torno a sus enseñanzas y durante algún tiempo el proceso histórico comienza a obedecer a la voluntad proyectiva contenida en estas enseñanzas. Eso, al menos, es lo que creía Weber. Y no tenemos ninguna razón para refutar su planteamiento, que está respaldado de forma muy convincente por un amplio material histórico.
Las revoluciones y los proyectos históricos realizados no son lo mismo. Las revoluciones pueden formar parte de un proceso histórico sujeto a la ley de los grandes números, al igual que la dinámica histórica normal no revolucionaria. Pero los proyectos históricos realizados no obedecen a la ley de los grandes números. Por extraño que parezca, gran parte de la ejecución de estos proyectos responden a un libro. Es decir, coinciden total o casi totalmente con lo escrito en sus obras por los proyectistas.
¿Cambiaron Zoroastro, Moisés, Cristo, Buda o Mahoma esas formaciones históricas (primitiva, esclavista, feudal, capitalista), -de cuya importancia decisiva hablaba Marx-, insistiendo en la transición revolucionaria de una formación a otra? Es bastante difícil responder a esta pregunta. Sabemos exactamente cómo la sociedad pasó del feudalismo al capitalismo. En efecto, la formación feudal fue sacudida por verdaderas revoluciones, se desmoronó y sobre sus escombros surgió una nueva formación. Pero, ¿cómo pasó la humanidad de la esclavitud al feudalismo? ¿Podemos en este caso hablar de procesos revolucionarios que sacudieron la sociedad? ¿O ha ocurrido algo más?
En cualquier caso, la verdadera historia -y sólo la historia realizada por un gran número de personas (historia laminar, turbulenta o explosiva, es decir, la historia de los proyectos) puede llamarse así- la hace “su majestad la vida”, y no algunos “inteligentes”. La gente inteligente puede ayudar a la historia, reunir alrededor de sus ideas a las masas incandescentes. Pero aún así acaban siendo arrastrados por una corriente turbulenta o una onda explosiva. Esto es cierto incluso para los hombres más grandes, cuya contribución a la historia es enorme.
Hay conspirólogos que afirman que la historia está hecha por sociedades secretas que calculan cada detalle en sus castillos y escondites. No voy a discutir con ellos. Sólo diré que los investigadores que crearon la obra de la que ahora usted está leyendo el prefacio, no sólo no siguen la teoría de la conspiración, sino que son sus detractores. No importa por qué. Al menos en este prefacio no se estipula. En la introducción sólo queremos estipular una cosa: estos investigadores son anti-conspiracionistas. Y su actitud es bastante categórica.
Sí, hay una historia de juegos de élite, una especie de “historia especial”. Y nadie dice que en la práctica, la historia no esté influenciada por las conspiraciones. Es incuestionable que en la historia hay conspiraciones. No sabemos si hay clases o grupos especialmente sensibles, pero sabemos con certeza que Pablo I fue asesinado como resultado de una conspiración y que eso influyó en la historia. Básicamente, los investigadores que crearon esta obra tratan la historia especial con bastante amplitud, contrastándola con la teoría de la conspiración. Ya que la historia especial no se ocupa de las conspiraciones en general, sino de conspiradores concretos. No habla de la omnipotencia de los judíos y los masones, sino que trabaja con datos clasificados fiables. O con datos abiertos, que pueden, a través de una determinada interpretación, llamada hermenéutica especial, revelar algo sobre procesos cerrados.
Pero este estudio -y es importante señalarlo – no es un estudio de historia especial. Porque no se trata de un proceso histórico estable y suave, ni de turbulencias revolucionarias, ni de transformaciones explosivas de proyectos históricos, ni de juegos de élite por detrás. Está dedicado a un tema muy especial y raramente discutido, llamado “constructo”.
Los autores de esta obra no exploran la historia de Ucrania, la compleja dinámica que define lo que se cuece en el caldero de la historia real de Ucrania. Esto ha sido ampliamente investigado por muchos autores, por los que nuestro equipo siente un máximo respeto. Además, en virtud de nuestra especialización, no haríamos una contribución significativa al estudio de las características del pueblo ucraniano, a la consideración de sus verdaderos destinos, creaciones, penas, descubrimientos, derrotas y victorias.
En primer lugar, no nos consideramos lo suficientemente competentes como para investigarlo todo, empleando un método histórico u otro.
En segundo lugar, creemos que otros han hecho un brillante trabajo de investigación de la verdadera historia del pueblo ucraniano. Una historia real que es compleja, trágica, heroica y confusa. Creemos y alabamos a quienes la han desentrañado trabajando en archivos y combinando su investigación con datos esenciales.
En tercer lugar, creemos en la necesidad de estudiar no la historia de Ucrania, sino un determinado constructo llamado “ucranismo”. No estamos investigando a Ucrania, sino al ucranismo El ucranismo como constructo es nuestro tema. La creación del constructo, sus características, su modo de transformación, su aplicación en la vida y sus perspectivas son los temas de nuestra investigación, que es bastante diferente del análisis histórico o sociológico habitual de Ucrania.
No estamos problematizando la existencia de la verdadera Ucrania y del verdadero pueblo ucraniano, como hacen algunos. Y ni siquiera queremos entrar en una discusión sobre la solidez de los argumentos que hacen que toda esta realidad exista. Dejamos que otros debatan sobre ello o exploren esa realidad de diferentes maneras. Sólo nos dedicamos al constructo, porque ahora éste es más importante que nunca. Y también porque, a diferencia de la historia de Ucrania, muy poca gente se dedica seriamente al constructo llamado “ucranismo”.
Al principio, este constructo se silenciaba para no estropear las relaciones entre pueblos hermanos: el ruso y el ucraniano. Luego, cuando la puesta en marcha del constructo estropeó estas relaciones, comenzó un intercambio de reproches que tomó un carácter excesivamente polémico.
El intercambio de reproches no es contraproducente. Lamentablemente, hoy es necesario. Pero necesario no significa suficiente. No se puede descartar la polémica teórica. Pero reducir todo a eso es caer en la trampa de un tipo de ensayismo que sobrepasa sus límites, deja de ser un componente necesario de la discusión y se convierte en un obstáculo para entender el contenido real de lo que ocurre.
El constructo llamado “ucranismo”, al igual que cualquier otro constructo como el islamismo radical (por favor, no lo confundan con el verdadero gran proyecto histórico islámico y con el Islam en general), no puede ser investigado con métodos convencionales. El constructo se burla de la investigación histórica o sociológica. Elude el conjunto de herramientas de investigación clásicas.
Por eso es necesario crear una nueva disciplina, que puede llamarse convencionalmente “constructología” para el estudio del constructo (o constructos). Esta disciplina siempre ha sido importante. Pero es especialmente importante en la realidad actual y esencialmente posmoderna, cuando los constructos se multiplican rápidamente, se contagian más y tienen mayor posibilidad de realización que nunca antes.
El ucranismo que nos ocupa tiene todas las características de un constructo; es rebuscado, ignorante de la historia real, simplista y agresivo. Esto se analizará con más detalle en los materiales de nuestra investigación.
El ucranismo es un constructo de larga duración. Es un constructo extremadamente peligroso, destructivo y poderoso. No se trata de una demonización de la historia de Ucrania ni del pueblo ucraniano. Reitero: no estamos investigando la verdadera historia de Ucrania ni el destino del verdadero pueblo ucraniano. Estamos ocupados investigando únicamente el constructo llamado “ucranismo”.
Este tipo de investigación no puede dejar de ser transdisciplinar, difiere en los medios que se utilizan en otros tipos de investigación y tiene sus propios fundamentos metodológicos. Por último, se basa en una determinada escuela y en determinados grupos de investigadores que orbitan alrededor de esta escuela.
El Centro Creativo Experimental (CCE), creado hace treinta años, formó una escuela y un equipo de investigación centrados en el método constructológico. Este método se ha perfeccionado en el estudio de otros constructos. Ahora se aplica al constructo más peligroso llamado ucranismo. En la etapa actual del CCE, sus investigadores han organizado una escuela llamada Escuela de Sentidos Superiores (ESS) y transmiten su método a los que estudian en esta escuela. Y ahora es posible el trabajo conjunto de los investigadores del CCE y los jóvenes del ESS formados por estos investigadores.
El estudio propuesto está realizado por algunos de estos jóvenes que crearon la Comuna de Alexandrovskoe. Los comuneros de Alexandrovskое no tienen nada que ver con el sectarismo o el escapismo. Tienen la firme intención de absorber la experiencia de los pensadores más brillantes, de adquirir una verdadera y amplia competencia cultural y científica, de combinar la amplitud y la profundidad, que son necesarias en la investigación transdisciplinaria y están en el corazón de la constructología.
Investigaciones transdisciplinares se llevan a cabo en todo el mundo. Se imparten en varios centros educativos. Personalmente, discutí en detalle el destino de este tipo de investigaciones con el profesor Uriel Reichman, a quien aprecio mucho y que dirige el Centro Interdisciplinario de Herzliya (Israel). También discutí este asunto con investigadores de otros países: con chinos, indios y europeos.
Los comuneros de Alexandrovskoe están decididos a dotar a su comuna de un carácter intelectual. Esto los diferencia incluso de los Kibutzs israelíes, más centrados en la producción que en las humanidades.
Sin duda, el destino de la investigación transdisciplinar en el futuro, ante un creciente y colosal exceso de información, está ligado a equipos de trabajo muy densos que combinan competencia y unidad de método. De lo contrario, no puede haber una respuesta adecuada al reto del exceso de información.
El futuro mostrará de qué son capaces la Comuna de Alexandrovskoe y el ESS. Por ahora, presento al público el primer trabajo de investigación del equipo de Alexandrovskoe, que forma parte del ESS y cuenta con el apoyo de mis colegas del CCE. El lector comprobará que en primer lugar es una monografía colectiva integrada, más que una colección de artículos. Y en segundo lugar, que esta monografía demuestra la unidad del método transdisciplinario (no clásico) y del tema (no clásico): el constructo llamado “ucranismo”.
Por ello, este prefacio tampoco es clásico. Si fuera clásico lo habría terminado en la frase anterior. Pero ahora, cuando se acusa a los rusos de lanzar un desafío, un desafío que amenaza a casi toda la humanidad, creo que es importante demostrar que la juventud intelectual rusa y los rusos en general, no lanzan un desafío a nadie. Sino que responden a un determinado desafío. Concretamente, responden al constructo denominado “ucranismo” que se les presenta en forma de un hecho ominoso concreto. Y también a algo más general y ominoso: al proclamado fin de la historia, es decir, al proclamado fin del desarrollo creativo de la humanidad. Al proclamado fin del proyecto “Hombre”. Es decir, al proclamado final del proyecto “Humanismo”.
Los rusos defienden el humanismo, defienden el ascenso del hombre como creador de la historia actual y defienden esta historia. Y así responden no sólo al desafío del siniestro y sangriento constructo llamado “ucranismo”, sino también al desafío lanzado a la humanidad entera, un desafío basado en el fin del hombre, el fin de la historia y en un postmodernismo político muy oscuro. A este desafío responden los rusos. Creo que este es el papel positivo y universal de los rusos hoy. ¿Quién puede asumirlo sino los rusos? Y no es la primera vez que lo hacen, salvando a la humanidad de las fuerzas contra-históricas, de las fuerzas anti-humanistas, salvando a la humanidad al izar la bandera roja sobre el Reichstag.
Quiero discutir en detalle otra respuesta rusa al desafío a gran escala, estrechamente relacionado con el desafío a los rusos y a la humanidad por el constructo llamado “ucranismo”. Me refiero a la respuesta al desafío llamado “ustedes perdieron la Guerra Fría”. En este prefacio no clásico quiero dejar clara la conexión entre este desafío y el que está relacionado con la aplicación del proyecto “ucranismo”, y por eso tengo que entrar en debate con el muy prestigioso centro intelectual que elaboró el informe titulado “El desafío ruso”.
Este prefacio se titula “¿El desafío ruso o la respuesta rusa?” precisamente porque la polémica con un centro intelectual como Chatham House (el Instituto Real de Asuntos Internacionales) y su informe “El desafío ruso”, publicado en 2015, me parece imprescindible.
En este debate, evitaré decididamente el escándalo, las broncas e incluso la rudeza ensayística. Aunque sólo sea porque uno de mis historiadores más respetados del siglo XX, Arnold Toynbee, se encuentra entre los fundadores y miembros clave del personal del Instituto Real de Asuntos Internacionales. Admiro la profundidad humana, psicológica y existencial de Toynbee, su actitud ante el destino, su deuda con sus compañeros muertos en las guerras, su especial, apasionada y profunda relación con la antigüedad y la combinación de su admiración por la antigüedad, -que la mayoría de las veces produce apoliticismo-, con el más alto grado de pragmatismo político.
Además, la teoría histórica de Toynbee siempre me ha interesado especialmente porque la veo como complemento, más que como negación del enfoque de clase. Marx y Toynbee valoran de forma diferente las fuerzas motrices históricas y el vector de la historia. Pero hay algo en común en su actitud ante la historia. Ambos ven la historia como un desafío que requiere respuestas y esto es lo que tienen en común Marx y Toynbee. De quién son los retos y quién debe dar la respuesta: es donde estos pensadores difieren radicalmente. Sin embargo, la propia visión de la historia como respuesta a un desafío, une a estos dos opuestos espirituales y políticos.
Al tratar de entender al grupo de jóvenes que respondió a mi complicado texto “La esencia del tiempo” [un libro de Sergey Kurginyan basado en una colección de videoconferencias del mismo nombre – nota del traductor] y que creó un movimiento con el mismo nombre, -grupo que ha mostrado y sigue mostrando una alta espiritualidad, desinterés y amor apasionado por la Patria; un grupo que busca respuestas complejas a las “malditas preguntas” de la etapa postsoviética de la existencia histórica rusa- yo, curiosamente, me refería al más lejano para mí Toynbee que al más cercano para mí, Marx. Esto se exacerbó porque las clases dirigentes modernas -la clase creativa y los intelectuales -se comprometieron con las juventudes de la Plaza Bolotnaya [los manifestantes que participaron en las protestas pseudo-liberales pro-occidentales en 2011-2012. La plaza Bolotnaya era el principal punto de encuentro de estas protestas y significa “plaza del pantano” en ruso – nota del traductor] que por alguna razón se autodenominaban “creativas”.
Toynbee llamaba narrativa (no hay que confundir: la narrativa posmoderna es una ideología, mientras que para Toynbee la narrativa es un grupo de población) a lo que Marx llamaba clase dirigente. Pero Toynbee no denotó los parámetros sociales por los que se suele definir la clase. Dijo que la narrativa es un grupo especialmente sensible a los grandes retos, aquellos retos que provocan la desaparición de pueblos que no los han afrontado. Toynbee creía que en cada nación hay un determinado grupo más sensible al desafío. Este grupo no tiene por qué ser el más educado ni el más explotado. Se encuentra, por una u otra razón, en una situación en la que le resulta imposible no ser sensible. Y responde al desafío. Otros siguen su estela.
“¿Y qué tal si ‘La esencia del tiempo’ tiene que ver con esa narrativa de Toynbee?” – me pregunté, arriesgándome a conjugar no sólo a Weber sino también a Toynbee con Marx.
Esta actitud hacia Toynbee determina en gran medida mi actitud hacia la organización llamada Chatham House. Porque Toynbee trabajó en esta organización durante 33 años y dedicó un capítulo aparte a describir este trabajo en su libro de memorias “Experiencias”. El capítulo se titula: “Treinta y tres años en Chatham House”.
Toynbee describe cómo en 1919, en París, en el Hotel Majestic, presidido por Lionel Curtis, que era según Toynbee, un genio de la previsión, se reunieron las personas que organizaron la Sociedad Angloamericana para la reflexión científica sobre asuntos internacionales. Toynbee escribe: “Posteriormente, la Sociedad Angloamericana original se dividió en dos, el Consejo de Relaciones Exteriores, con sede en Nueva York y el Instituto Real de Asuntos Internacionales (o Chatham House), con sede en Londres. Este cambio no se debió a ninguna diferencia de opinión entre los miembros americanos y británicos de nuestra Sociedad, sino que fue dictado por consideraciones de conveniencia práctica: la vida pronto demostró que era difícil gestionar como una sola organización a miembros de diferentes continentes. Las dos organizaciones hermanas, el Consejo y el Instituto, siempre han mantenido las más cordiales y animadas relaciones“.
Al crear Chatham House lo más importante, según Toynbee, era asegurar alguna combinación entre secreto y publicidad, que en principio, como señala Toynbee con razón, son antagónicos. Chatham House se las arregló para caminar en el filo de la navaja entre el secreto y la transparencia, irritando infinitamente al Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, según Toynbee.
Toynbee escribe: “Cinco años después de la fundación de Chatham House, fui inscrito en su plantilla. (Me encargaron la revisión de las relaciones internacionales de Chatham House, Survey of International Affairs). Trabajé en Chatham House durante treinta y tres años, hasta mi edad de jubilación“.
Al preguntarse por qué no trabajó tanto tiempo en la Universidad de Londres o en otras instituciones prestigiosas que le otorgaban un estatus muy alto, Toynbee comenta lo aburrido y abstracto de la enseñanza, en comparación a la posibilidad de pertenecer a algo vivo en una organización como Chatham House.
Podría seguir citando la extensa descripción de Toynbee de Chatham House, pero eso nos alejaría de lo esencial. Así que solo me permitiré una breve cita más de Toynbee: “Decidimos empezar por elaborar la historia de la conferencia de paz en la que participaron los fundadores de la sociedad. El Sr. Thomas Lamont, que era socio de la firma bancaria neoyorquina J.P. Morgan & Co. se encargó de financiar esta publicación. Gracias al gesto real de Lamont, la Historia de la Conferencia de Paz de París se publicó bajo los auspicios de Chatham House en seis volúmenes“.
Seguramente el lector sabrá averiguar sin mi ayuda quién es el Sr. Lamont y qué significa la unidad interna del Consejo de Relaciones Exteriores (en inglés: Council of Foreign Relations) con sede en Nueva York, y del Instituto Real de Asuntos Internacionales, con sede en Londres. El lector puede apreciar igualmente por su cuenta, las reflexiones de Toynbee sobre la controvertida simbiosis entre Lionel Curtis y otra figura muy importante para Chatham House, James Hadlam-Morley. Sin embargo, Toynbee también aclara algo al informarnos de que Hadlam-Morley era uno de sus colegas más veteranos. Y que trabajaba entonces en la División de Inteligencia Política del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Teniendo ante mí el texto de Toynbee, en el que el autor hace la más alta valoración del Instituto Real de Asuntos Internacionales, y apreciando los datos que Toynbee aporta, me veo simplemente obligado a respetar los productos elaborados por este centro intelectual. Y entiendo que estos productos tienen una gran importancia política.
Han pasado más de cuarenta años desde la muerte de Toynbee. En ese tiempo, todo ha cambiado en el mundo, incluido el Chatham House, cuyo trabajo estoy comentando. Me doy cuenta de que tanto los ciudadanos rusos como los ucranianos que conozco han tenido que ver con la elaboración del informe “El Desafío Ruso”, preparado por el personal de Chatham House. No todo el trabajo del Real Instituto de Asuntos Internacionales está al nivel de Toynbee, Curtis y Hadlam-Morley. Y finalmente, por supuesto estoy al tanto de que el Real Instituto de Asuntos Internacionales se dedica a apoyar intelectualmente a los servicios especiales y a las élites que no sienten ninguna simpatía por mi querida Patria. Además, he sido informado de una cierta actitud especial de este instituto hacia “Esencia del Tiempo” en general y hacia su Marcha Roja en particular [La marcha del movimiento Esencia del Tiempo en apoyo a la reunificación de Crimea con la Federación Rusa celebrada el 15 de marzo de 2014 – nota del traductor].
Pero no hay que ser respetuoso sólo con los que simpatizan con tu país y contigo personalmente. Lo principal para entender lo que está pasando es realizar una especie de afinamiento cognitivo. Es decir, es menester adquirir la capacidad de valorar la importancia de estos o aquellos productos y declaraciones, así como a los autores de los mismos, sin teorías conspirativas y sin esnobismo político. El Instituto Real de Asuntos Internacionales tiene una influencia concreta en muchos ámbitos. Si quieres entender la estrategia de los que se enfrentan a ti, tienes que estudiar los trabajos de este instituto.
En el libro al que esta reflexión sirve de prefacio, se describen con detalle tanto el Chatham House como sus actividades en Ucrania. Sólo quiero hablar aquí de uno de los informes de Chatham House: el informe “El desafío ruso”. Este informe contiene ciertas recomendaciones pragmáticas y una ideología que justifica estas recomendaciones. La parte pragmática trata sobre el aumento de la hostilidad del Occidente hacia mi país; la parte ideológica versa sobre la justificación de la necesidad de aumentar esta hostilidad. Este tipo de informe nunca habla abiertamente de lo pragmático. Lo que se publica como una recomendación de carácter pragmático está siempre suavizado y difuminado hasta el extremo. En cambio, de la ideología siempre se habla abiertamente. Porque la guerra ideológica no puede librarse de otra manera.
Me parece que “El Desafío Ruso” es el primer informe que habla de una nueva ideología de una nueva Guerra Fría. Y en ese sentido, este informe es una nueva versión del famoso “telegrama largo” de George Kennan o del discurso de Churchill en Fulton. De hecho, no es tan importante si Kennan o Churchill declararon la Guerra Fría. Lo que importa es que ésta se basó ideológicamente en sus textos.
El Real Instituto de Asuntos Internacionales rechaza el término “Guerra Fría” como tal y propone en su lugar otros términos que abordan, entre otros, el conflicto de civilizaciones de Toynbee. Pero, ¿es tan importante que sea “conflicto de civilizaciones”, “conflicto de dos Europas”, “conflicto de valores” o “guerra fría”? Lo importante es que en el informe “El Desafío Ruso”, tanto Putin como la mayoría rusa que le apoyó aparecen como enemigos absolutos de cierta benévola entidad que, para Chatham House, es sin duda el Mundo Occidental.
Resulta que este enemigo de la “benévola entidad” tiene su propia ideología: el “nacionalismo autoritario”. Me pregunto qué diría esta “benévola entidad” del canciller de hierro Bismarck, que profesaba claramente un nacionalismo autoritario, o de Oliver Cromwell, o de los líderes autoritarios del Imperio Británico, que lucharon a muerte contra Napoleón y la Revolución Francesa (William Pitt, por ejemplo). ¿Quién era Chiang Kai-shek?
Sin embargo, aquí no vale la pena desgastarse en polémica. Un enemigo absoluto de la “benévola entidad” debe tener una ideología alternativa a la ideología de la “benévola entidad”, ser portador de valores alternativos a los valores de la “benévola entidad”. Y por mucho que Putin y sus colaboradores declaren su adhesión a los valores occidentales, según los cánones occidentales, a su carácter práctico y desideologizado al estilo occidental, eso no cambiará nada. Lo que hay que encontrar, se va a encontrar. Y al encontrarlo, lo van a utilizar.
Así que, una vez más, Rusia debe comparecer como el enemigo tanto en lo ideológico, como en los valores; debe presentarse como el enemigo absoluto de Occidente y ser la fuente de ese “mal absoluto putinista”. Y el principal escenario en el que debería ser derrotada ha de ser Ucrania, cuyos líderes oficialmente adoradores de Bandera [Estepán Bandera fue líder Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) perpetradora de genocidio de población civil en los territorios bajo su control, colaboró con las tropas hitlerianas durante la Segunda Guerra Mundial – nota del traductor] , por supuesto “no tienen nada que ver” ni con el autoritarismo, ni el nacionalismo, ni con ningún otro tipo de maldad absoluta.
Este libro se llama “Ucranismo”. Como ya se ha dicho, el ucranismo no tiene que ver con Ucrania. Nuestro grupo de investigación rechazó deliberadamente el enfoque que implicaría dedicarse a Ucrania, los ucranianos, la cultura ucraniana, la economía ucraniana, la historia ucraniana, etc.
En primer lugar, todo esto ha sido revisado más de una vez.
En segundo lugar, esto no es lo crucial hoy en día. Ante nuestros ojos, la macro-sociedad orgánica con las características mencionadas está siendo sustituida por una especie de súper-constructo. Esto no se puede dejar de lado. La discusión no puede ser tan solo un in promptu. Necesitamos un debate sistemático y profundo sobre este súper-constructo, y no sobre Ucrania en sí.
Parece que la discusión hoy [en 2017 – nota del traductor] ya no tiene la intensidad que tenía hace tres años. Al fin y al cabo, todo termina cansando.
Tal vez los “expertos”, que dan forma a nuestra agenda de opinión pública, en la actualidad están dedicados a reducir su intensidad, y lo que es más importante, a continuar la presentación de esta discusión pública sólo en modo in promptu. Aunque, no me parece que ellos estuvieran preparados. Pero todo es posible. Lo único cierto es que los enemigos occidentales, no sólo de estos “expertos” sino de nuestra Patria en su conjunto, estos enemigos reales y despiadados, a veces llamados medio irónicamente socios, no van a bajar la intensidad, sólo la están aumentando. Y seguirán incrementándola para resolver “la cuestión rusa” ya no de la misma manera que en 1991, sino mucho más despiadadamente.
Pueden entenderlo leyendo el informe “El desafío ruso”. Y por eso me refiero a este informe en el prefacio. Es necesario darse cuenta de la magnitud del reto. Lo que está en juego no es un simple problema regional, sino algo crucial, tanto para nosotros como para el mundo. Así es como ellos definen la escala. ¿Y nosotros?
Para que esta valoración de la cuestión ucraniana no parezca exagerada, en este prefacio voy a analizar detalladamente el informe que establece un nuevo vector tanto para las relaciones con Rusia como para la política mundial, aunque sólo se puede llamar “nuevo” a este vector olvidando la historia y reduciéndola a un breve y muy poco sincero abrazo postsoviético a una Rusia derrotada, que agradece a Occidente esta derrota y la llama “buena”, “santa”, etc. Lo que había detrás de esta falsa fachada y que ahora emerge debajo de sus escombros se describe muy vívidamente en el informe “El Desafío Ruso”.
Este informe de Chatham House se publicó en junio de 2015, pero sigue siendo relevante en la actualidad. En la introducción del informe, los autores hacen referencia a un informe anterior y a Putin de nuevo. “Implicaciones para Rusia y Occidente”, publicado en 2012. El nuevo informe es un sucesor del anterior, tanto por los autores como por el contenido. En el informe anterior, los autores señalaban que “Occidente sentirá el dolor de Rusia“, que “toma medidas drásticas sin tener en cuenta el estado de las cosas dentro del país“.
El nuevo informe examina hasta qué punto se ha materializado esta predicción, hasta qué punto existe, -como dicen los autores del informe de 2015-, tanto este dolor como el “abandono de las circunstancias”. Ambos conceptos – “dolor” y “negligencia de las circunstancias”- requieren al menos una divulgación mínima. ¿Cuál es el dolor de Rusia, qué circunstancias está descuidando? La referencia al informe anterior sugiere que Rusia descuida algunas de sus circunstancias internas, el estado de las cosas dentro del país. ¿Pero de qué dolor estamos hablando?
Los autores del nuevo informe señalan que las previsiones anteriores no sólo se confirmaron, sino que resultaron ser excesivamente moderadas. Y que ninguno de los autores del anterior informe “previó la radicalidad y rapidez con que Rusia empezaría a socavar el orden de seguridad surgido tras la Guerra Fría…“.
Los autores consideran que la “toma de Crimea” y la “secesión del este de Ucrania” son atentados contra el orden establecido. Pero eso no es lo que los autores consideran más significativo (tal valoración es casi universalmente aceptada por Occidente). Lo importante para ellos es que Rusia está socavando “el orden de seguridad establecido tras la Guerra Fría“, esto es lo que destacan los autores. Hay un nuevo orden establecido en el mundo después de la Guerra Fría y Rusia lo está socavando.
Pero, ¿qué significa “después de la Guerra Fría”? ¿Significa esto que la URSS y Occidente libraron primero una Guerra Fría y luego la terminaron por mutuo acuerdo? ¡No, nada de eso! Fue Gorbachov quien pensó (o pretendió pensar) que era posible sencillamente parar la Guerra Fría de sopetón. Mucha gente en Rusia, incluso ahora, no entiende que esto no puede hacerse por decreto. Que toda guerra tiene un resultado. Y que el resultado es evidente. Rusia/URSS fue derrotada sin piedad en la Guerra Fría. Sufrió una aplastante derrota, cedió vastos territorios, capituló ideológicamente, colapsó su propia economía por imposición de Occidente y llamó a este colapso “transición a la economía de mercado”.
Esta valoración del resultado de la Guerra Fría es ampliamente aceptada en Occidente. Esto no siempre se presenta a los rusos de forma explícita y sin miramientos. Pero siempre se les presenta. Y cualquiera que, en lugar de esta valoración (“los rusos fueron derrotados en la Guerra Fría y capitularon”) ofrezca una interpretación diferente del Acuerdo de Belavezha [Fue un acuerdo internacional firmado el 8 de diciembre de 1991 por los presidentes de la RSFS de Rusia, RSS de Ucrania y RSS de Bielorrusia (Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich respectivamente) que declaraba la disolución de la URSS y establecía en su lugar la Comunidad de Estados Independientes (CEI) – nota del traductor] y de los “tumultuosos años noventa”, es considerado en Occidente un mentiroso o un idiota. Zbigniew Brzezinski fue quien habló con más radicalidad y franqueza sobre la derrota de la URSS/Rusia en la Guerra Fría. En su artículo “La Guerra Fría y sus consecuencias”, publicado en la revista Foreign Affairs en el 1992, Brzezinski argumentó que, como resultado de haber ganado la Guerra Fría, Estados Unidos logró imponer el “orden de Versalles” primero a la Unión Soviética y luego a Rusia, y que la firma del tratado de reunificación alemana en París en términos estadounidenses el 19 de noviembre de 1990 fue (cita directa) “el equivalente funcional de firmar el acta de rendición de la Alemania derrotada en un vagón de tren en Compiègne en 1918“.
Antes de recordar al lector lo que ocurrió exactamente en Compiègne en 1918, he aquí otra declaración de Brzezinski. En una entrevista concedida al periódico moscovita Segodnya (nº 157, 1994) él declaró: “La asociación de Estados Unidos con Rusia no existe ni puede existir. Rusia no es un socio de Estados Unidos, Rusia es un cliente de Estados Unidos. Rusia no puede pretender ser una superpotencia, ha sido derrotada por Estados Unidos. Cuando utilizamos la expresión ‘sociedad’, nos referimos a la igualdad. Rusia es ahora un país derrotado… Después de 70 años de comunismo, fue derrotada en una batalla titánica y decir que fue la Unión Soviética la derrotada y no Rusia no es más que una huida de la realidad política. La Unión Soviética era la Rusia histórica llamada Unión Soviética. Rusia desafió a Estados Unidos y fue derrotada. Ahora Rusia sólo puede existir como cliente de Estados Unidos. Pretender lo contrario es una ilusión infundada.”
Ahora sobre la Paz de Compiègne. El Armisticio de Compiègne, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, se firmó el 11 de noviembre de 1918. La firma tuvo lugar en el vagón del mariscal francés Ferdinand Foch, comandante en jefe de las tropas de la Entente. El vagón estaba aparcado en el bosque de Compiègne, cerca de la ciudad de Compiègne, en la provincia francesa de Picardía. En este vagón, Foch y el almirante británico Rosslyn Wemyss recibieron a una delegación alemana encabezada por el general de división Detlof von Winterfeldt. El Armisticio de Compiègne, del que habla Brzezinski, registró la rendición de Alemania en 1918.
Pero también existió el segundo armisticio de Compiègne, diametralmente opuesto al primero. Fue firmado por Francia, que había capitulado ante la Alemania nazi en 1940. Y no fue casualidad que Hitler vinculara esta rendición a Compiègne: lo ocurrido en Compiègne en 1918 fue demasiado humillante para los alemanes. Esto es lo que escribió el periodista estadounidense William Shearer en sus memorias sobre la revancha de Hitler por Compiègne del 1918: “Entonces, esto fue al mediodía del 21 de junio. Yo estaba parado al borde del claro del bosque de Compiègne para ver con mis propios ojos el último y mayor de los triunfos de Hitler, y he visto varios en el curso de mi trabajo durante estos tumultuosos años. <…> Precisamente a las 3:15 de la tarde llegó Hitler en su poderoso Mercedes, acompañado por Göring, Brauchitsch, Keitel, Raeder, Ribbentrop y Hess… Se bajaron del coche a unos 200 metros del monumento que conmemora la liberación de Alsacia y Lorena, que estaba envuelto en banderas de guerra alemanas para que el Führer no pudiera ver la enorme espada (yo lo recordaba de visitas anteriores), la espada de los aliados victoriosos en 1918, atravesando la patética águila que simboliza el imperio Hohenzollern alemán. Después de echar un vistazo al monumento, Hitler siguió adelante. <…>
Hitler y su séquito entraron entonces en el carruaje, donde el Führer se sentó en la silla en la que se había sentado Fosch en 1918. Cinco minutos más tarde apareció la delegación francesa… Estaban aturdidos, pero mantuvieron su dignidad incluso en estas trágicas circunstancias. No se les había dicho antes que serían llevados a este santuario francés para ser sometidos a un procedimiento humillante y los franceses sin duda experimentaron justo el tipo de shock que Hitler esperaba. Esa noche, después de que Brauchitsch le diera una descripción detallada del procedimiento, Halder escribió en su diario: “Los franceses… no tenían ni idea de que tendrían que negociar en el mismo lugar en el que habían tenido lugar las negociaciones en 1918. Este hecho les influyó tanto que no pudieron entrar en razón durante mucho tiempo.“
Por supuesto, los franceses se quedaron atónitos y eso se notaba. Sin embargo, contrariamente a los informes que se publicaban en aquellos días, intentaron, -como se sabe ahora por las actas oficiales de aquella reunión descubiertas entre los documentos secretos nazis-, suavizar los puntos más duros de las condiciones planteadas por el Führer y eliminar aquellos que consideraban vergonzosos. Sin embargo, sus esfuerzos resultaron infructuosos.
Hitler y su séquito abandonaron el vagón tan pronto como el general Keitel hubo leído a los franceses el preámbulo de los términos del armisticio, dejando las negociaciones en manos del Jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht, pero sin permitirle desviarse ni un ápice de los términos que él mismo había redactado“.
Ni la URSS ni Rusia nunca entablaron relaciones con nadie, ni siquiera con el derrotado Reich nazi, como lo hicieron los alemanes y los franceses entre sí en Compiègne. En primer lugar, en 1918 los franceses humillaron a los alemanes lo mejor que pudieron y les crearon un complejo de país derrotado. Luego, en 1940, los alemanes repitieron lo mismo en la misma Compiègne. Se repitió en Compiègne porque era necesario borrar la humillación sufrida por los alemanes en aquel entonces. Y esto sólo podía hacerse humillando a los franceses.
La Paz de Compiègne es un símbolo de absoluta humillación. Este símbolo se ha reproducido en millones de postales, medallas conmemorativas y todo tipo de carteles. Toda Europa y Occidente lo entiende muy bien. Sólo los rusos hasta ahora no lo entienden. Brzezinski dijo con franqueza lo que otros dijeron de forma más cautelosa.
Es cierto que más tarde Brzezinski llegó a ensalzar a la Rusia de Putin, de forma bastante poco convincente e hipócrita. Pero el punto aquí no es Brzezinski; el punto es que los rusos todavía no entienden cuatro aspectos de lo que les sucedió en relación con el colapso de la URSS.
El aspecto #1: perder la Guerra Fría es visto por Occidente como perder cualquier otra guerra. Y no importa si la guerra es caliente o no.
El aspecto #2: es que esta derrota militar humilló a los rusos de la misma manera que perder la Primera Guerra Mundial humilló a los alemanes, e igual que los alemanes, habiendo derrotado a Francia, humillaron a los franceses. Lo principal aquí es la humillación. Se trata de un estilo occidental, en realidad no del todo comprendido por los rusos.
Aspecto #3 – la pérdida de Ucrania por los rusos es considerada por Occidente como el principal componente de la humillante derrota rusa en la Guerra Fría. Este es el principal punto del triunfo de Occidente y de la humillación de Rusia. Una vez más, hay que subrayar que deleitarse con la humillación del enemigo es un rasgo puramente occidental, muy característico y esencial.
Aspecto #4 – toda la palabrería sobre que los rusos sólo se libraron del comunismo y no fueron derrotados de forma humillante, es cháchara de gente poco inteligente o psicoterapia de uso interno que no tiene relación con la valoración internacional de lo ocurrido.
Esta larga digresión es necesaria para poder leer correctamente la frase clave de la sección inicial del informe de Chatham House: “¿Por qué, de hecho, deberían sentir dolor?, se preguntaría un fanático de la versión psicoterapéutica de la liberación rusa del comunismo. Deberían sentir felicidad, porque fueron liberados“
La respuesta a esta pregunta en Occidente es: “Véndanle la felicidad de la liberación a sus idiotas. Pero tanto nosotros como ustedes sabemos que han perdido, y de forma humillante“.
En su informe sobre el dolor ruso, Chatham House no considera necesario explicar con detalle de qué tipo de dolor habla. Pero está claro que es el dolor de la humillación rusa. Sin entender esta circunstancia, es difícil leer el informe de Chatham House apropiadamente.
Mientras tanto, en la introducción del “Desafío Ruso” se afirma que Rusia
a) está sufriendo por su humillante derrota en la Guerra Fría y b) socava el orden resultante de esta derrota. En esto consiste el reto, según los autores. ¿Cuál debería ser entonces la respuesta eficaz a este desafío?
Los autores del informe dicen: “Se necesitará más imaginación para desarrollar una respuesta eficaz a las maniobras de Moscú utilizando métodos y medios tradicionales y no clásicos…”
Más imaginación es lo que piden los autores porque creen que sin ella no habrá una respuesta adecuada. ¿Qué necesidad hay de más imaginación? Para entender, en primer lugar, qué ha provocado las acciones de Rusia, en segundo lugar, qué rumbo está tomando Rusia, en tercer lugar, cuáles serán las consecuencias geopolíticas de este rumbo y en cuarto lugar, cómo responder al desafío ruso.
“Los principales actores occidentales“, dicen los autores del informe, “aún no han comprendido plenamente las consecuencias del desplazamiento de Rusia hacia el nacionalismo autoritario“.
Las palabras clave pronunciadas son nacionalismo autoritario. Y esto es muy importante. ¿En qué ven los autores el “retroceso hacia el nacionalismo autoritario”? ¿Por qué el putinismo se equipara con el autoritarismo, en qué consiste el nacionalismo del putinismo? Repetimos estas palabras pronunciadas y acuñadas en metal de máxima calidad que no están sujetas a revisión: “nacionalismo autoritario”. Después de eso puedes pregonar todo lo que quieras sobre que tú ejerces la democracia, que das tiempo de televisión a todos los partidarios de Occidente, que casi consientes a los partidarios de Navalny y de Jodorkovski (o que al menos los tratas con mucha más delicadeza de lo que los policías estadounidenses o europeos tratan a sus “disidentes”) – esto no tiene ninguna importancia para el mundo occidental. Estás recayendo en el nacionalismo autoritario y punto.
Y ello a pesar de que tanto para los autores del informe como para las élites occidentales en general no hay diferencia entre el hitlerismo como nacionalismo autoritario alemán y el putinismo como nacionalismo autoritario ruso. En el mejor de los casos, no hay ninguna diferencia. En el peor de los casos, el nacionalismo autoritario ruso es peor que el alemán, es decir el hitleriano. Lo que significa que Putin es peor que Hitler. Porque el nacionalismo autoritario ruso no puede encajar de ninguna manera en el sistema surgido de la victoria de la Guerra Fría. Los autores lo expresan así: “Moscú y Occidente persiguen caminos competitivos, contradictorios y totalmente incompatibles“.
Consideren bien estas palabras: “caminos totalmente incompatibles”. La existencia de caminos totalmente incompatibles significa que sólo el portador de uno de estos cursos puede ganar, que no se trata de una contradicción ordinaria, sino una contradicción fundamentalmente antagónica. Hay bastante gente en Rusia que dice que ahora no existe contradicción alguna, porque no existe comunismo. Pero el pensamiento analítico y político occidental les imputa que ahora tienen el nacionalismo autoritario. Los rusos se echan las manos a la cabeza y dicen: tenemos muchos partidos, debates, competencia política, mítines, maldecimos el nacionalismo… A lo que Occidente responde: “¡Dejad de creer tonterías! Tienen el nacionalismo autoritario, que es peor que el comunismo“.
En Rusia mucha gente dice: “No podemos tener una guerra fría, porque no tenemos un conflicto de ideologías. Nosotros y Occidente somos ahora como hermanos gemelos. Tenemos democracia, una economía de mercado”.
Pero del otro lado se les dice: “Ustedes tienen una ideología, el nacionalismo autoritario, que es peor que el comunismo. Intentan vengarse de la derrota en la Guerra Fría. Quieren meternos en el carro de Compiegne por segunda vez con el resultado contrario. Su curso y el nuestro son incompatibles. Usted apoya todos los regímenes nacionalistas autoritarios. Putin es peor que Hitler“.
¿Chatham House no dice “peor que Hitler”? Sí, literalmente no dice esas palabras. Literalmente dice lo siguiente: “Putin es un líder fundamentalmente antioccidental cuyo constante desprecio por la verdad ha puesto fin a su credibilidad como socio negociador. En consecuencia, no sería razonable esperar que cualquier compromiso con Putin conduzca a resultados estables a largo plazo para Europa“.
Sí, en Rusia no saben leer los textos occidentales analizando expresiones aparentemente correctas. Pero, ¿qué hay de correcto en esas expresiones? Aquí dice que Putin, que siempre se golpea el pecho diciendo que es un occidental, es -¡atención! – un líder fundamentalmente anti-occidental.
¿Podría haber una formulación más despiadada, feroz y categórica? No, no podría. Para todos en Occidente, un líder fundamentalmente antioccidental con armas nucleares es un mal absoluto. Sí, sí, exactamente absoluto, incorregible y definitivo. Así que Putin es peor que Hitler. No merece ninguna credibilidad. No se puede negociar con él. Él ignora sistemáticamente la verdad…
Habría que ser completamente ignorante del significado de la retórica y la semántica occidentales para no percibir el significado de las palabras “constante desprecio por la verdad“. Pero incluso los que no lo entienden, deberían al menos darse cuenta de que junto a estas despiadadas y aterradoras palabras están las de que no se puede negociar con Putin. No puedes negociar en absoluto, ¡él es incapaz de negociar! No se puede confiar en él. Se llevaban a cabo negociaciones con Stalin. Y con Hitler se negociaba. Pero Putin es incapaz de negociar. ¿Qué, entonces, quieren que haga con el líder de un país con capacidad nuclear pero que está incapacitado para negociar? Pero sí aquí todo está dicho. Y para los que ni así entienden, se añade: “No es razonable esperar que cualquier compromiso con Putin conduzca a resultados estables a largo plazo para Europa“.
Consideren bien lo que está dicho ahí: “cualquier compromiso”. Se dijo que ningún compromiso llevará a ninguna parte. ¿Se firmaron los acuerdos de Minsk? No importa. ¿Se firmará algún otro acuerdo? De nuevo, ¡son tonterías!
Justo debajo lo dice literalmente: “Occidente está deseando que el presidente ucraniano, Petro Poroshenko, consiga de alguna manera llegar a un acuerdo con Putin para poder desviar su atención a otros asuntos mundiales urgentes. Este informe pretende mostrar lo miope y poco fiable que sería esa alternativa“
Por lo tanto, no hay necesidad de negociar en el formato de Minsk, es miope y poco fiable. Ni es necesario en ningún otro formato. ¿Qué hay que hacer? Si no se puede negociar, entonces hay que ir a la guerra. Por lo tanto, el documento de Chatham House bien puede llamarse un nuevo documento de la Guerra Fría. Es una declaración de una nueva Guerra Fría a Rusia. Sí, no en nombre de Gran Bretaña o de una coalición de países occidentales, sino en nombre del centro político-intelectual más autorizado, supuestamente británico, pero de hecho angloamericano. Todo lo que se dice sobre los Bilderbergs y las Сomisiones Trilaterales es, al menos en parte, conspirología. Pero el Chatham House es más que los Bilderbergs y las Comisiones Trilaterales. Y lo que es más importante, es real. Sin él, no habría ni Bilderberg ni Comisión Trilateral. Así que podemos decir que la más alta élite del mundo anglosajón ha emitido su veredicto.
En el veredicto se añade que el modelo de nacionalismo autoritario de Putin es insostenible en todos los sentidos. Que Putin no puede, sobre la base de este modelo, abordar los factores estructurales a largo plazo que están en la raíz de los actuales problemas económicos de Rusia. Que hay que acabar con Putin en Ucrania, de lo contrario Occidente se arriesga a perder Ucrania. Que Rusia mantiene la llamada periferia bajo su control por todos los medios, viejos y nuevos. Esa retención es inaceptable para Occidente. Y, por último, que Occidente debería ya hoy “pensar en medidas preventivas en relación con los riesgos asociados a Rusia después de Putin“.
¿Por qué es insostenible el modelo de Putin? Porque, como dicen los autores del informe, “el enfoque estratégico elegido por Vladimir Putin es construir una nueva ‘fortaleza llamada Rusia’“. Es decir, es la autarquía, y no sólo económica, sino también sistémica. Según los autores del informe, esta opción “podría llevar a Rusia a la bancarrota, tanto en sentido figurado como literal, y podría conducir a una pronta pérdida de poder por parte de su actual líder. Es imposible predecir con exactitud cuándo perderá el poder y qué ocurrirá después. Los principales actores occidentales deben prever todas las eventualidades, sin dejar de oponerse a los pasos ilegítimos e ilegales que está dando Rusia en la actualidad“.
¿Esto no es el nuevo “telegrama largo” de Kennan sobre la Guerra Fría?
En un capítulo del informe “Cómo ha cambiado la actitud de Rusia hacia Occidente: del acercamiento al enfrentamiento” (por Roderic Lyne) se afirma que, durante el primer mandato del Presidente Putin, hubo fuertes divisiones entre Rusia y Occidente, “pero todavía parecía que la hostilidad total de la época de la Guerra Fría era para siempre cosa del pasado“.
Lyne continúa diciendo que “a partir de mediados de 2003 se hizo cada vez más evidente que el estado de las cosas en el Kremlin estaba cambiando. Rusia se estaba enriqueciendo. Cada vez más se sentía el deseo de restaurar el papel del país como superpotencia independiente y de poner fin al periodo de debilidad iniciado en 1991 y percibido como años de humillación“. En otras palabras, el tema del dolor de la humillación, que puede llamarse un tema de Compiègne en referencia a las palabras de Brzezinski, se repite más de una vez en el informe.
Se dice que el punto de inflexión fue la detención de Platon Lebedev y Mikhail Khodorkovsky en julio de 2003
En diciembre de 2003, según el autor de este capítulo, se produce un colapso de los partidos liberales (Yabloko y SPS) manipulado y organizado por el Kremlin en las elecciones a la Duma (asamblea representativa en Rusia- nota del traductor).
Los siguientes hitos son la dimisión del supuesto liberal primer ministro Kasyanov en febrero de 2004 y la elección de Putin para un segundo mandato un mes después de la dimisión. El autor considera que estas nuevas elecciones no son más que un procedimiento cosmético.
Y luego, según el autor, hubo un retroceso en las reformas del mercado. El autor habla de las heridas no cicatrizadas infligidas al ego de Rusia. Cita a Putin: “Mostramos debilidad. Y los débiles son golpeados. Algunos quieren sacar una “tajada más gorda” de nosotros, mientras otros les ayudan. Ayudan pensando que Rusia, como una de las mayores potencias nucleares del mundo, sigue siendo una amenaza para alguien. Así que hay que eliminar esta amenaza. El terrorismo, por supuesto, no es más que un instrumento para lograr estos fines“.
Continúa diciendo que el conflicto de intereses entre Rusia y Occidente se estaba intensificando gradualmente y que este “conflicto de intereses estuvo latente hasta finales de 2003“. Pero los fracasos en Moldavia, donde no se adoptó el Memorándum Kozak [un plan para solucionar el conflicto entre Moldavia y Transnistria, aceptando la primera una constitución política de tipo federativo – nota del traductor] y en Georgia, donde fue derrocado Shevardnadze, así como la adhesión de los países bálticos a la OTAN y la primera “revolución naranja” en Ucrania, que llevó a la victoria de Yushchenko, han sacado este conflicto de intereses de su fase latente. El autor señala que fueron los acontecimientos ucranianos los que desempeñaron un papel decisivo para sacar el conflicto de su fase latente.
Luego se examina el discurso de Putin en Múnich, la fuerte reacción de Putin a la expansión de la OTAN y la nueva calidad del sistema de defensa antimisiles estadounidense que se promueve al este de Europa. Se argumenta que los acontecimientos de 2008 en Kosovo sacaron finalmente el conflicto de su fase latente. Y que el conflicto se convirtió en una fase caliente tras los acontecimientos de Georgia en 2008.
El autor escribe que para 2011 el conflicto entre Occidente y Rusia ya había tomado forma. Que en 2012 Putin comenzó su tercer mandato presidencial negándose a participar en la reunión del G8. Y que fue en ese momento, en septiembre de 2012 concretamente, cuando Occidente empezó a reconocer la irreversibilidad y el peligro de lo que estaba ocurriendo en Rusia. En septiembre de 2012, el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, calificó a Rusia de “principal enemigo geopolítico”.
Pero la geopolítica no lo es todo. El autor pasa de la geopolítica a los valores y argumenta que los valores de Rusia en el periodo analizado se han vuelto irreconciliables con los de Occidente: “Un conflicto de valores no detiene la interacción entre los países si es en su interés (puede ser la interacción comercial, la respuesta a una amenaza común, los lazos culturales o las relaciones humanas); pero el formato de la asociación estratégica con la Rusia poscomunista, tal y como la entienden Europa Occidental y Estados Unidos, suponía un acuerdo sobre una amplia gama de valores“.
El autor afirma abiertamente que los valores del mundo occidental han resultado inaceptables para Rusia, que “el Kremlin se alejó mucho de estos valores“. Para el autor, esta salida está determinada por la posición del Kremlin sobre la inadmisibilidad de la injerencia en los asuntos internos de Rusia. El autor se muestra especialmente indignado por las palabras del ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, de que el sistema de Westfalia “ha sacado las diferencias de valores fuera del marco de las relaciones entre Estados“.
Recordemos que el sistema de Westfalia se estableció en Europa sobre la base de la Paz de Westfalia, que en 1648 concluyó la Guerra de los Treinta Años, librada principalmente en los territorios la actual Alemania. La guerra fue provocada por la controversia entre católicos y protestantes, además fue condicionada por el conflicto por la hegemonía en el Sacro Imperio Romano. Según los términos de la paz, los Habsburgo conservaron todas las tierras orientales, incluido Reino de Bohemia, pero se vieron obligados a ceder Alsacia a Francia. Francia y Suecia recibieron además algunos territorios. Hubo una redistribución territorial en Brandeburgo, Mecklemburgo, Baviera, Sajonia, el Palatinado y Hesse-Kassel. Las Provincias Unidas de los Países Bajos y la Confederación Suiza son reconocidas como estados independientes y se separan del Sacro Imperio Romano Germánico. El calvinismo fue reconocido en igualdad de derechos con relación al luteranismo. Se proclamó el principio de la tolerancia religiosa, así como el derecho de los príncipes del Sacro Imperio Romano a elegir su propia religión en sus dominios.
Durante la Guerra de los Treinta Años, la pérdida de vidas ascendió a entre 5 y 8 millones de personas, una cifra monstruosa para la época. Muchas regiones del imperio perdieron entre el 20 y el 45% de su población. En algunos territorios, la pérdida de población llegó al 70%. Sólo los suecos, como parte de la Guerra de los Treinta Años, destruyeron cerca de dos mil castillos, dieciocho mil aldeas y más de mil quinientas ciudades en el Sacro Imperio Romano. Las enfermedades endémicas hacían estragos. Los suecos tomaron el control del mar Báltico, convirtiéndolo en el “lago sueco”. En Europa, la hegemonía pasó a Francia. Los Habsburgo sufrieron una pérdida monstruosa. Los protestantes obtuvieron la igualdad de derechos con los católicos.
Ahora bien, lo más importante: la Paz de Westfalia redujo drásticamente la influencia de los factores religiosos en la vida del Estado. La política exterior pasó a basarse en la soberanía nacional de los Estados, la igualdad de éstos y la inviolabilidad de las fronteras. La política exterior ya no estaba determinada por la religión, sino por los intereses económicos, dinásticos y geopolíticos.
Por lo tanto, es perfectamente comprensible por qué el ministro de Asuntos Exteriores ruso dice que el sistema de Westfalia “ha sacado las diferencias de valores fuera del marco de las relaciones entre Estados”. Esta afirmación es tan cierta como “dos por dos son cuatro” o que “el Volga desemboca en el Mar Caspio”. Pero el autor del informe dice que esta descarada tesis de Serguéi Lavrov es “un argumento que su predecesor soviético Anatoly Gromyko (el autor se refiere a Andrey Gromyko – S.K.) habría apoyado“. Así, el autor rechaza los principios del sistema westfaliano, sustituyéndolos por unos nuevos valores europeos, que de hecho y siguiendo esta lógica no son ideológicos ni religiosos, sino de otro tipo, y que permiten la resurrección de los conflictos pre-westfalianos de carácter nuevo post-religioso y al mismo tiempo neo-religioso (basado en valores, por así decirlo).
Si en esta situación los rusos rechazan los valores de Occidente, entonces, en ausencia del factor supra-valorativo establecido por el sistema de Westfalia, ellos le declaran a Occidente la misma guerra, una guerra esencialmente de valores, como la que los protestantes declararon a los católicos en la época de la Guerra de los Treinta Años. La única diferencia es que entonces no había armamento nuclear.
Fijando este enfoque, el autor del capítulo “Cómo ha cambiado la actitud de Rusia hacia Occidente: del acercamiento al enfrentamiento” profundiza en el nuevo modelo de Rusia, el llamado “Putinismo en 2015”. La sección de este modelo dice: “A día de hoy, no cabe duda de que los valores que practica el régimen de Putin y los métodos que utiliza para conseguir sus objetivos en el exterior no dejan ninguna esperanza en la posibilidad de cooperación.“
Rechazando así el principio mismo de la Paz de Westfalia, el de que los valores de un Estado nacional no pueden causar dificultades insuperables en las relaciones entre Estados, que es justamente lo que dijo Serguéi Lavrov. Resulta que los valores sí pueden ser un obstáculo en las relaciones entre Estados. Pero esto es un presagio de muchas cosas para el mundo. Hay diferencias de valores entre China y Occidente, entre los países del Golfo y Occidente. ¿Estas diferencias de valores engendrarán la imposibilidad total de cooperación con Occidente? ¿Aplicará Occidente este enfoque a Irán, dado que hasta ahora Occidente ha sido muy cooperativo con Irán, logrando ciertos beneficios de negociación? La afirmación de que es con la Rusia de Putin con la que es imposible la cooperación, y que esto viene determinado, entre otras cosas, por la incompatibilidad de los valores de Putin con los valores de Occidente, le augura problemas al mundo si se llegara a aplicar este enfoque declarado, repetimos, por un centro muy prestigioso.
A continuación se exponen todos los hechos escandalosos sobre los que se construye el nuevo modelo, que no deja ninguna posibilidad de diálogo entre Rusia y Occidente. Estos hechos “escandalosos” son literalmente resaltados. Se sugiere valorar, por ejemplo, la siguiente declaración de Putin: “Rusia es un país con más de mil años de historia, y prácticamente siempre ha tenido el privilegio de llevar a cabo una política exterior independiente“.
Usted se preguntará qué tiene esto de especial. Bueno, depende del ángulo desde cuál se mira. Si Rusia fue derrotada en la Guerra Fría y firmó su capitulación, ¿entonces, de qué política soberana estamos hablando?
Igualmente “blasfemas” son las palabras de Putin sobre la soberanía: Rusia “será independiente y soberana, o lo más probable es que no exista“. Así como las palabras de Putin de que “la soberanía es una condición absolutamente necesaria para la existencia de Rusia“.
El autor del capítulo se indigna por esta misma apelación a la soberanía, y también por el hecho de que Rusia, en su opinión, para realizar esta soberanía “se apoya en tres componentes: un poderío económico restablecido (derivado del uso de los recursos naturales); las fuerzas armadas (en las que la administración está invirtiendo fuertemente tras un largo periodo de declive); y la ideología del nacionalismo y el patriotismo, penetrada por la historia y la Iglesia Ortodoxa (entrelazada con el Estado como lo estaba bajo el zarismo)“.
En cuanto al crecimiento del poder económico y el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, parece que no deberían convocar ninguna emoción ya que son las condiciones básicas irrevocables de vida para cualquier Estado. ¿Pero realmente lo son de cualquier estado? Para una potencia que no ha sido derrotada, lo son. Pero no es así para un Estado que se rindió.
En cuanto a la ” la ideología del nacionalismo y el patriotismo, penetrada por la historia y la Iglesia Ortodoxa“, de nuevo no está claro por qué tanto alboroto. El patriotismo juega un papel preponderante en todos los estados soberanos. Nadie persigue a las iglesias. Putin, por cierto, ha dicho en repetidas ocasiones que Rusia es un Estado laico. Pero si Rusia, como país soberano, optara por el carácter no secular del Estado, como Arabia Saudí, por ejemplo, ¿podría esto causar a sus vecinos alguna reclamación especial? No habrá nada de eso, por supuesto. Pero, insisto, y si lo hubiera ¿entonces qué?
A continuación se trata el autoritarismo, se habla de que los discapacitados y los huérfanos no disfrutan de toda la gama de libertades y privilegios, de la supuesta persecución de la homosexualidad, de una especie de racismo floreciente y del hecho de que “las minorías religiosas, incluida la gran población musulmana de Rusia, no están suficientemente protegidas“. El autor también se indigna ante los llamamientos de las autoridades a cuidar “la memoria histórica militar de la Patria“.
Tras enumerar estas reclamaciones traídas por los pelos sobre la ideología, necesarias sólo para hablar de un conflicto de valores, los autores del informe empiezan a hablar de economía.
En el capítulo de Philip Hanson “Una economía debilitada” se analiza la falta de crecimiento del nivel de vida de la población en general, lo que permite al autor esperar que las amplias protestas sociales puedan utilizarse para luchar contra Rusia como un enemigo absoluto. El autor escribe: “Ha llegado el momento de analizar las razones de la debilidad de la economía rusa y, con toda probabilidad, de su mayor debilitamiento en el futuro“. Realizando esta auto-asignación, señala que las principales razones de esta debilidad son los problemas estructurales, los problemas coyunturales y los problemas geopolíticos.
Los problemas estructurales apenas son tratados. Se parte de un supuesto, que no está muy claro, de que Rusia se enfrentará a una crisis de activos fijos, que por definición no puede ser superada en el marco de la economía de mercado. Y que dicha crisis estructural reduciría la eficiencia de la inversión y la innovación. También se dice que Rusia se enfrentará a una reducción de la parte de la población en edad de trabajar.
Al tratar temas coyunturales, se hace hincapié en una serie de razones que explican el descenso de la demanda de recursos energéticos.
En cuanto a los problemas geopolíticos, se trata, en opinión del autor, de las medidas desencadenadas por las sanciones y la respuesta a las mismas. Y lo que el autor llama el rechazo de las reformas económicas liberales.
A continuación, se analizan detalladamente los cambios demográficos, el grado de dependencia de la economía de los precios del petróleo, la caída de la relación rublo/dólar, la corrupción y las acciones destructivas de la burocracia.
A continuación, Hanson pasa a considerar los gastos militares de Rusia y otros gastos en la manutención del estatus de gran potencia, del que se le acusa insistentemente. El autor escribe: “También hay medios inequívocamente costosos para el país: la fuerza militar, por ejemplo. ¿Puede la inestable economía rusa sostenerlos? Hay que recordar que, a pesar del ejemplo de Estados Unidos, las fuerzas militares poderosas no son una prerrogativa exclusiva de las naciones ricas. La Unión Soviética, por ejemplo, a pesar de ser mucho más pobre que EE.UU. y sus aliados y estar atrasada en términos de tecnología, fue más o menos capaz de mantener la paridad de fuerzas hasta su colapso. Y lo hizo con poco o ningún apoyo de sus aliados del Pacto de Varsovia. Así, el nivel relativamente bajo del PIB per cápita no puede impedir que Rusia tenga, a juzgar por las apariencias, ambiciones militares bastante importantes“.
En opinión del autor, aquí se plantea directamente la cuestión de si Rusia se verá desbordada por la carga de los gastos de defensa del mismo modo que la URSS lo estuvo. Hay que recordar que la cuestión de esta sobrecarga siempre fue uno de los principales problemas de la antigua Guerra Fría. Y que su regreso a la agenda es una prueba clara de la formación acelerada de la nueva doctrina de la Guerra Fría. Al fin y al cabo, la cuestión no es cómo cambiarán los precios, sino cómo se puede influir en ellos. Tampoco se trata de cuál será el gasto en defensa, sino de cómo la política puede determinar su aumento. El autor aborda estas cuestiones afirmando: “La debilidad de la economía rusa limitará en algún momento el ritmo y la profundidad del programa de rearme. Queda por ver cómo se resolverá exactamente el conflicto entre el bloque económico del gobierno (en sentido amplio) y los militares. Y no necesariamente en que como resultado el gobierno ruso renuncie a sus ideas sobre el liderazgo regional y el antagonismo con Occidente.”
Al hablar de las sanciones contra Rusia, Hanson destaca su carácter extraeconómico de facto. Las sanciones se consideran como una señal: el levantamiento de las sanciones significa que Occidente se rinde, lo que no puede permitirse, ya que no puede rendirse a un enemigo absoluto e incondicional. En general, la parte económica del informe no es en modo alguno una de las más sólidas.
El enfoque principal del informe es la guerra de ideas o, como dice James Sherr, autor del capítulo correspondiente de La guerra de ideas y armas, “la guerra de percepciones (narrativas)“.
Sherr entiende perfectamente que la batalla por las mentes acabará por decidirlo todo. Reconoce que, a diferencia de lo que ocurrió en 1914 (tan solo la comparación es bastante reveladora, ¿no?), no hay una guerra o un estado de preguerra entre Occidente y Rusia. El autor divide el mundo occidental en partes más anti-rusas, como Polonia y el Báltico, y partes relativamente menos anti-rusas, en las que incluye a Grecia, Hungría, los partidos de la oposición francesa y británica. Scherr lamenta las actitudes conciliadoras de los círculos occidentales centristas y el intento del Estado ruso de influir en estos círculos trasladando “la tradición leninista de la ‘lucha ideológica’ al mundo posmoderno“. Sherr habla de la crucial confianza de los rusos en la “lucha ideológica”, en las “medidas activas” y en el “control reflexivo”. Culpando a Rusia de la intensificación de estos conceptos, el autor pide de hecho al mundo occidental que dé una respuesta adecuada a este desafío ruso, es decir, que intensifique el impacto mediático sobre Rusia.
Sherr advierte que el resultado del conflicto estará determinado por la inteligencia y la psicología tanto como por los factores materiales. Y que el conflicto en Ucrania es un conflicto de ideologías en la misma medida que es un conflicto de fuerza.
El autor da una importancia crucial a la guerra en Ucrania, analiza la dinámica interna del conflicto ucraniano, da recomendaciones para repeler la influencia ideológica rusa en Ucrania y examina en detalle los distintos actores implicados en el conflicto. Cita a Strelkov-Girkin [uno de los principales líderes de la milicia de la RPD en el verano de 2014, que utilizó su autoridad para retirar las tropas y entregar la mitad del territorio de la RPD al ejército ucraniano sin luchar – nota del traductor] y habla de la deplorable inutilidad de los primeros acuerdos de Minsk, de las derrotas en Ilovaisk y Debáltsevo. Sherr dice que si “Minsk 2 estabiliza la situación, Rusia creará las condiciones para Minsk 3“. En cuanto al papel de las estructuras civiles paralelas (así llama el informe a los radicales, seguidores de Bandera), Sherr exige un cambio drástico en la situación ucraniana, sin el cual Ucrania no puede vencer a Rusia. Y, por supuesto, desacredita los acuerdos de Minsk por todos los medios, afirmando, por ejemplo, que los acuerdos de Minsk han sumido a los residentes del este de Ucrania “en el vacío, y que las autoridades de Kiev se comportan cada vez más como si ellos ya no existieran“.
La parte más reveladora del capítulo es la titulada “El espejo del Kremlin”. Sugiere que “Rusia se había convertido en una potencia orgullosa, resentida, recelosa y ambiciosa” mucho antes de los acontecimientos ucranianos. Y que (¡atención!) “quince años de dominación occidental han inculcado firmemente en [los rusos] un sentimiento de descontento“.
Una vez más nos encontramos con el tema central del informe: la derrota de los rusos en la Guerra Fría y la afirmación de la dominación occidental.
También se dice que los vencedores de la Guerra Fría establecieron un orden para los rusos, que muchos ven como una dictadura de Occidente, nacida de la capitulación rusa. Que hay una analogía entre la situación actual de Rusia al perder la Guerra Fría y la situación de la Paz de Versalles (que, como recordamos, formalizó el armisticio de la Compiègne y humilló inequívocamente a Alemania).
El Kremlin, según Sherr, se basa en esa percepción, en ese complejo de humillación, y por eso el autor insiste en que el Kremlin tiene el objetivo estratégico de revisar el orden mundial generado por la victoria occidental en la Guerra Fría. De este modo, se argumenta que el orden mundial no es el de Yalta, como se sigue suponiendo educadamente, para no herir el ego de los rusos. Que es totalmente diferente, que refleja una nueva situación de dominación occidental, que no tiene nada que ver con Yalta.
Cuando tales afirmaciones, omnipresentes en el informe, comienzan a entremezclarse con las lamentaciones de que los rusos locos creen que los estadounidenses y los europeos quieren debilitarlos, uno tiene una sensación de pesadumbre. Si los autores del informe ven lo que está ocurriendo como una reacción rusa a la humillación de la derrota de la Guerra Fría, entonces, por definición, deberían haber combinado esa valoración con una exigencia de mantener a los rusos humillados, es decir, debilitados. De hecho, esto es lo que exigen, combinando tales demandas con exclamaciones sobre las insanas sospechas rusas sobre la intención de Occidente de debilitar a Rusia.
James Sherr, autor del capítulo “La guerra de las ideas y de las armas” (parte de “El espejo del Kremlin”) que nos ocupa, escribe: “La estructura cognitiva del Kremlin (sería bueno saber qué es esto, pero dejemos esta formulación en la conciencia del autor – S. K.) contiene algunas verdades desagradables para los políticos occidentales: esta es una creencia existencial en la grandeza de Rusia y a la disposición a asumir riesgos, costes y reproches, mientras se sirve a los intereses eternos del Estado“.
Una vez más, se observa un enfoque de victoria en la Guerra Fría. De lo contrario, no está claro por qué Estados Unidos puede mantener una creencia existencial en su grandeza y Rusia no. Lo mismo ocurre con los intereses eternos del Estado. Pero esa es la cuestión: lo que puede hacer Júpiter no es lo que puede hacer el toro. Estados Unidos derrotó y humilló a Rusia, por lo que tiene derecho a una creencia existencial en su grandeza (una misión mundial, ciudad sobre la colina, excepcionalismo americano, etc.), mientras que Rusia no.
¿Para qué es esta afirmación sobre la fe existencial en la grandeza de Rusia y todo eso? Es para instar a Occidente a movilizarse de forma definitiva contra Rusia. A esto se dedica la siguiente parte del mismo capítulo, “La guerra de las ideas y de las armas”, “Claridad y propósito”. En ella se dice: “Juzgado por un criterio -el de las dificultades y prioridades del mismo Occidente- la respuesta occidental a los acontecimientos desde febrero de 2014 ha sido impresionante. Según el otro criterio -la resistencia de Rusia- la idoneidad de la respuesta no está nada clara“.
Es decir, la respuesta tiene que ser más dura. El leitmotiv de esta parte es la necesidad de una respuesta más dura, la necesidad de una lucha a largo plazo con Rusia, la necesidad de asegurar la victoria de Ucrania (no se sabe con qué métodos), la necesidad de estar preparados para que Rusia comience a expandirse y se extienda a Moldavia, al Báltico y casi a Polonia.
Se describe con lujo de detalles lo importante que es aumentar el apoyo a Ucrania… Vaya, a veces parece que todo esto está escrito por el propio Poroshenko o con él dictándolo.
Sherr insta: “Es hora de abandonar la idea de que el Kremlin está interesado en el bienestar de nadie más que en el suyo propio“. Esta frase, a juzgar por el resto del texto, no significa que el Kremlin sea indiferente a su propio pueblo, sino que es indiferente a todo lo que está fuera de Rusia. Lo único que no está claro es por qué no debería existir esa indiferencia en la situación actual. ¿Quién no la demuestra en el mundo? ¿O debe Rusia convertirse en un país altruista, unilateralmente, y en contra de sus propios intereses?
En el informe se expresa la esperanza de una nueva perestroika y un nuevo pensamiento y se exhorta a los gobiernos occidentales a “estar atentos a cualquier signo de “nuevo pensamiento” en Rusia. Pero el nuevo pensamiento y la perestroika aún están por llegar. Y hasta que no se hagan realidad no se podrá negociar ningún tratado con Rusia. Porque estos tratados no serán una solución a la situación, sino su agravamiento (“lo contrario de una solución”, como dice el informe). Y cualquier respiro que se obtenga a costa de los acuerdos con Rusia será “muy corto”, insisten los autores.
En el capítulo “La política internacional de Rusia hacia Occidente y su respuesta”, el autor James Nixey insiste en que el Kremlin eligió el camino de la hostilidad hacia Occidente hace mucho tiempo. Incluso antes de la guerra con Georgia. Y en que Occidente no estaba preparado para ello. Posteriormente, argumenta el autor, el ritmo de la hostilidad ha cambiado, pero no el vector de la hostilidad en sí. Nixy escribe: “En opinión del Kremlin, es el Occidente quien ha destruido el sistema de normas, por lo que Rusia debe guiarse por sus propios intereses“.
¿De qué sistema de normas se está hablando? Precisamente, la cuestión es que Occidente demuestra falsamente su lealtad a Yalta y al sistema de normas de Yalta. De hecho, se está estableciendo un sistema de reglas post-Yalta, basado en la victoria en la Guerra Fría. Pero como este sistema es implícito y tácito, se reduce de hecho, a que el deseo del vencedor es la ley para el vencido. Es decir, no se trata de las normas sino del derecho a la arbitrariedad.
El autor del acápite del informe que comentamos está convencido de que existe una creciente voluntad en el Kremlin de actuar mediante la fuerza, superando la situación de derrota en la Guerra Fría. Pero esa disposición sólo aumentará si el Kremlin encuentra una mínima resistencia por parte de Occidente.
Al analizar la relación de Rusia con el llamado Mundo Ruso, el autor ve la lucha de dos influencias que tienen lugar claramente en el espacio postsoviético (la influencia rusa y la influencia occidental) como una lucha de rusos que exigen el reconocimiento de su influencia en el Mundo Ruso y apuntan contra Occidente. Mientras Occidente, supuestamente, no promueve su influencia, sino que sencillamente no quiere que haya ninguna influencia en nombre de su presunto instinto existencial y supremo de libertad. El mundo entero ve cómo se realiza este instinto fuera de Occidente. Pero nada de esto le importa a Nixie. Le preocupa demostrar que Rusia está en el lado equivocado de la historia (término de Obama). ¿Y qué significa estar en el lado equivocado de la historia? Es lo mismo que salirse de la historia, pertenecer a su rama sin salida, quedarse a la orilla del camino. Así, el informe declara a los rusos como adversarios obstinados, no de estados particulares como Estados Unidos, sino de la más alta verdad histórica.
Esta es una posición muy clara, que permite construir una nueva Guerra Fría, aún más encarnizada que la anterior.
Es especialmente preocupante la consolidación de la posición de Rusia en el Mar Negro. Esta preocupación es la mejor prueba de que el Mar Negro no es un “charco” interno, sino un trampolín estratégico para el siglo XXI.
En la sección final del capítulo, el autor afirma: “La determinación de Occidente está siendo puesta a prueba“. Se trata de un nuevo llamamiento a una nueva Guerra Fría. La llamada anterior de Kennan estaba redactada de forma similar: también allí, de hecho, se hablaba de una prueba de fuerza. El autor cree que tanto la continuación del rumbo antioccidental de Putin como el cambio de ese rumbo pueden provocar el derrocamiento de Putin, por el que apuestan los investigadores de Chatham House.
Nixie insiste en la necesidad de preservar lo que él llama “la infraestructura global que se ha desarrollado desde el final de la Guerra Fría“. Como recordamos, este es el mismo tema con el que comenzó el informe.
El nuevo orden mundial que reclaman los creadores del informe “El Desafío Ruso” es un orden mundial de facto formado sobre la base de la humillante victoria de Occidente en la Guerra Fría sobre Rusia. Sin comprender este hecho, Rusia será incapaz de enfrentarse a la estrategia de Occidente porque la esencia de esta estrategia seguirá siendo un misterio para ella. La verdadera pretensión del informe consiste en criticar la débil y poco convincente respuesta de Occidente a las maquinaciones de Moscú.
El capítulo “El Arsenal de Rusia” (de Keir Giles) tiene algunas perlas estupendas. Aquí está una de ellas: “En 2011, en una sesión informativa privada del antiguo Jefe del Estado Mayor ruso sobre las amenazas a la seguridad militar de la Federación Rusa se habló de una amplia gama de disputas fronterizas, incluidas las que el resto del mundo considera resueltas desde hace tiempo. Karelia y Kaliningrado, en particular, se mencionaron en la sesión informativa como territorios en disputa, aunque su captura por parte de Rusia ha sido reconocida desde hace 70 años. Sin embargo, al catalogar estas cuestiones no problemáticas como militares, Rusia está preparando el terreno para justificar una posible respuesta militar a las mismas, independientemente de que dichas acciones se consideren justificadas fuera de Rusia.”
Lo dicho aquí, de hecho, está claro para todos. Nos exigirán que cedamos Carelia y Kaliningrado, eso es lo que pasa. Y aquí hay otra perla: “Otra amenaza que, a ojos de Rusia, merece una respuesta militar es la “discriminación o violación de los derechos, libertades e intereses legítimos de los ciudadanos de la Federación Rusa en otros países”. La Ley Federal de Defensa rusa fue modificada en 2009 para legitimar este tipo de intervención en la legislación rusa, a pesar de la extrema fragilidad de la ley según los estándares del derecho internacional. La defensa de los “compatriotas” es una narrativa bien conocida en la forma en que Rusia motiva sus acciones agresivas contra sus vecinos“.
Es decir, si los seguidores de Bandera iniciaran un genocidio en Crimea o lo continuaran en el Este (lo que claramente pretendían hacer, y este es el núcleo de su ideología: liberar a Ucrania de los “omoskalenny” [ucranianos que los seguidores de Bandera consideran contaminados por la influencia cultural rusa – nota del traductor], Rusia tendría que esperar tranquilamente la llegada de millones de refugiados a su territorio; y tolerar pacientemente la discriminación racial, la segregación y otros atropellos de sus compatriotas. ¿Sugerirían los autores este enfoque a cualquier otra nación del mundo, o a las demás naciones, que a diferencia de la rusa, no están en el “lado equivocado de la historia”?
Mientras tanto, al condenar el enfoque supuestamente criminal de Rusia para proteger a los compatriotas, Giles se refiere a nuestros compatriotas (es decir, a la diáspora rusa) como un instrumento criminal para la ejecución de una política criminal. Escribe: “Rusia no es el único país que intenta explotar el papel de las diásporas con fines políticos, pero en el contexto de Europa es difícil encontrar otros ejemplos en los que su uso sea tan abiertamente hostil a su país de residencia“.
Tan pronto como la Chatham House hizo esta atroz declaración, se oyeron voces que pedían una profunda discriminación de las diásporas rusas, un control especial de estas diásporas, la imposición de requisitos especiales para ellas, no sólo en cuanto a la política, sino también en cuanto a la lealtad cultural, lingüística y de otro tipo a los países donde residen.
No hablemos de las diásporas clásicas del mundo: judía, china, india y otras. Hablemos de la diáspora ucraniana para dejar las cosas bien claras. Después de todo es un factor serio, que se activa por el estado, y al mismo tiempo también usa al estado, ¿o no es así? La diáspora ucraniana es mucho más activa que la rusa. Y si hay que abolir por completo el uso de las diásporas como instrumento de influencia (lo cual es de hecho imposible), también hay que abolir la influencia de la diáspora ucraniana en la política ucraniana y el uso de esta misma diáspora por parte del poder que simpatiza con Bandera para influir en la política de los estados en los que reside esta diáspora. ¡Pero nadie va a hacer eso! Al contrario, estas prácticas son fomentadas y reforzadas. Así que resulta que sólo un país y un pueblo tiene prohibido emplear las diásporas a partir de ahora. ¿Podría darse esta situación si este país y este pueblo no estuvieran condenados a un destino muy particular?
En el informe se presta especial atención a la supuesta disposición de los rusos a utilizar las armas contra todo el mundo libre. Este toque final convierte la imagen que ha creado Chatham House en algo que exige nuestra máxima atención. Los rusos son presentados como un pueblo derrotado en la Guerra Fría, pero que sigue mostrando una cierta y escandalosa resistencia a quebrarse. Esta resistencia es una amenaza para Occidente y para toda la humanidad. Sólo puede ser superada por una respuesta que acabe por destruir a los rusos por completo.
Queda por ver si se convertirá en una guía para la acción. Han pasado dos años desde que se redactó el informe. Hay suficientes pruebas que sugieren que la doctrina de Chatham House se está convirtiendo poco a poco en una doctrina de lo que podríamos llamar un “Estado global en construcción”, es decir, una doctrina cuasi- y también meta-estatal. El estatus de la Chatham House permite considerar esta posibilidad. Todavía no hay certeza de que este enfoque termine por convertirse en el enfoque pan-occidental. Lo que no significa que podamos permitirnos el lujo de despreciar el material que se nos ofrece.
Esta es la imagen de la nueva Guerra Fría por la que se redactó el informe “Desafio Ruso”. Queda por ver si se convertirá en una guía para la acción. Han pasado dos años desde que se redactó el informe. Hay suficientes pruebas que sugieren que la doctrina de Chatham House se está convirtiendo poco a poco en una doctrina de lo que podríamos llamar un “Estado global en construcción”, es decir, una doctrina cuasi- y también meta-estatal. El estatus de la Chatham House permite considerar esta posibilidad. Todavía no hay certeza de que este enfoque termine por convertirse en el enfoque pan-occidental. Lo que no significa que podamos permitirnos el lujo de despreciar el material que se nos ofrece.
Después de hacerse una idea del informe “El desafío ruso”, hay que sentir la magnitud del reto al que nos enfrentamos todos y hay que movilizarnos para responder. Este es el tipo de actitud que permite valorar correctamente el tema ucraniano, supuestamente regional, pero que en realidad es global y trascendental, y que se le ofrece en este libro.